viernes, 29 de agosto de 2025

Mr. Jerney, in bocca al lupo!!

En la calle el aire se está enfriando y la noche está por llegar. El bar está lleno y el ritmo late componiendo historias extraordinarias de las vivencias simples de esas personas comunes. En la barra corre la cerveza, el whisky, la charla,  el Rock que vibra mezclado con los cantos de fanáticos por el partido que se transmite en las pantallas y cada tanto la rivalidad de los presentes se resuelve con una apuesta

Mr. Jerney tiró su moneda de la suerte al aire.  La ve subir dando vueltas con la esperanza que la gravedad la devuelva al suelo del lado … ¿Qué lado había elegido? Olvidar algo tan simple,  solo transcurrieron unos segundos de la elección, justo antes de arrojarla al aire.


La moneda alcanzó su cima. Por un instante rogó que ya no regresara como si fuera posible vencer la gravedad con solo desearlo, pero no, ello no sucedería, la moneda caprichosa y irrespetuosa cedió ante las leyes del universo y comenzó su viaje de regreso, eso que suelen llamar caída libre, aunque Mr. Jerney, ayudado por unos previos vasos de Whisky, en su mente cuestionaba el término “libre: pues que libertad posee si es esclava de las leyes de la física, entonces ¿el azar sería verdaderamente azar o solo azar por el desconocimiento de la fórmula que lo explique?”, filosofía que no puede evitar su caída hacia su destino. 


Mr. Jerney comenzó a ver cada vuelta de la moneda al girar, primero Cara y luego Cruz, tratando de recordar su apuesta. Los nervios lo invaden ¿cómo saber si deberá  festejar o pagar la apuesta? 


Comenzó a imaginar una estrategia para que nadie notara su olvido. La moneda continua su viaje sin paradas intermedias sin detener sus giros. Así comenzó a tramar que hacer, pero ese plan ingenioso al ver Cara, lo descarta al ver Cruz.


Para Mr. Jerney el tiempo se dilata, los segundos parecen minutos.


Imperdonable, una vergüenza insuperable. La moneda ya gira frente a sus ojos. Su corazón parece endurecerse como una roca, su garganta se estrangula. El frío sudor que desciende desde su frente hacia su pecho le recuerda que se aproximaba el final, los últimos instantes de su vida y comienza a revivir su pasado: “Aquel día que llegué a la ciudad  trayendo tantos sueños. El tren frenó abruptamente y casi caigo sobre una hermosa chica con aroma a perfume de vainilla que estaba frente a mí. Cómo olvidar sus ojos, su sonrisa. De repente el bullicio, la prisa, nadie se detenía. Caminé hacia la puerta del vagón con mi valija en la mano y me detuve con un pila de sueños y ansiedades, era tan joven, tan imprudente. Había llegado al umbral de mi futuro.”


La moneda da otra vuelta … Cara … y otra … Cruz. Mr. Jerney comienza a sentir que sus piernas ya no lo pueden sostener. Otra vuelta … Cara … y otra … Cruz.


“Nunca podré olvidar cuando crucé el umbral de aquel edificio imponente una mañana templada. Mi primer trabajo en la ciudad, mi primer sueldo y el primer día en el bar con mis compañeros. Fue una tarde fría que en ese mismo umbral mis piernas se aflojaron el día que me despidieron y ya no tendría el sueldo ni el bar con mis compañeros.”


Las vueltas de la moneda continúan. Cara … Cruz … Cara. Mr. Jerney mira fijamente su moneda en el aire observando cada detalle, como si fueran las sombras sobre la Luna.


“Había Luna llena, esa noche por alguna razón brillaba como si fuera un sol, no podía quitar la mirada de ella. Cuando baje la vista vi sus ojos, su rostro, su sonrisa. Era aquella chica del tren con aroma a vainilla en mi primer día en la ciudad. Mi Camila, ella despertó mi vida. Mi mejor apuesta.”


La moneda llegó a su destino, Mr Jerney se enfrentó a lo inevitable, ya nada puede ocultar su peor fracaso. Cerró sus ojos y la moneda impactó contra el suelo. Enfrenta lo imposible. Una algarabía estalló, como si el lugar se llenara de fuegos artificiales, gritos y chiflidos.


Mr. Jerney no sabe que ocurre. Al abrir sus ojos ve la moneda allí erguida, de canto. No era ni Cara ni Cruz, de canto. 


“Era primavera y yo lo sentía como otoño, aquel día que caminábamos con Camila por la ribera del rio. Estaba tan angustiado como si el cielo se desplomará sobre mí y Camila me dijo: Siempre esperamos que la moneda caiga cara o cruz, pero cuando menos lo esperamos cae de canto. Siempre hay una opción novedosa.”


Mr Jerney lo recordó. Su apuesta fue que caería de canto, lo imposible.


#Paulus - Pablo A Bevilacqua

Otoño 2025

domingo, 24 de agosto de 2025

El diario de Emma

—¿Quién es Emma? —Pregunta el Sr. Red a la Sra. Bianca. Como si la Sra. Bianca no se diera cuenta de la fascinación del Sr. Red por acumular cosas nuevas.

—La hija menor de la familia Hernández, los que se mudaron a la residencia que vendieron los Chiskey en el norte del club. —Le responde la Sra. Bianca al Sr. Red mientras gira su cabeza a ambos lados tratando de distinguir a los nuevos vecinos.

La mirada de ambos como la de los demás siguen a la joven Emma, de recientes 18 años cumplidos y realmente hermosa, imposible de no ser encantado por ella. La fiesta se desarrolla en los jardines del Club House, donde Emma y su familia se presentan a la comunidad en un ambiente distendido (a veces fingido). El jardín está dominado por una variada gama de verdes e iluminado con canteros florales sobre los que destacan los blancos y rojos, con sus intensos aromas de primavera; perfectamente mantenido (el jardín y los secretos).

La ocasión le permitió elegir su vestido blanco, ese que el sol trasluce, de modo que cada rasgo de su cuerpo puede ser imaginado en su detalle más íntimo. La elección no fue un error, tal vez si una imprudencia reprochable para esta ocasión y sancionada por sus padres y hermanas. Es un lugar selecto donde nada ni nadie se desconoce. Vidas libres y privadas, esclavas de sus deseos y de sus secretos guardados. Ambiente al que Emma gusta confrontar y ciertamente lo disfruta.

Muy joven para comprender los alcances de sus juegos sociales, aunque experta en algunos de ellos, al menos aquellos que alteran a su familia. Los meses pasan y los eventos del Club House se suceden donde los ojos de los presentes siguen los movimientos de Emma mientras simulan participar de las charlas insustanciales del club. Emma busca esas miradas aunque le intrigan aquellas que distingue de los hombres que prefieren otros intereses y de las mujeres que ocultan su estremecimiento por ella. No hay mente que no la haya memorizado, que no la haya deseado u odiado.

Cuando llega la noche y es propicia la hora para los encuentros que dan comienzo a los juegos íntimos entre amantes, el rito es abatido por otros pensamientos. Ellos, que pretenden ser los dueños del clímax, en el momento preciso del éxtasis el rostro de la mujer que comparte el lecho se transforma en el rostro de Emma. Ellas ven los ojos de sus amantes tornar lejos de ellas e imaginan la traición de aquella jovencita que como un mal espejo resalta de sus cuerpos todo lo que ellas imaginan les roba la belleza. El placer se escapa, el clímax se pierde.

En varias oportunidades fue abordada por algún hombre o alguna mujer y Emma conserva la distancia porque intuye que en cuanto alguno alcanzara satisfacer sus deseos quedaría expuesta ante todos. Los secretos en este mundo no existen, los amantes secretos jamás son secretos. También duda, que aunque cada parte de su cuerpo se enlaza con mayor perfección que el de Afrodita, pueda dar respuesta a las pasiones y el clímax imaginados por esos pretendientes fantasmas en la misma medida de su perfección corporal. Emma no tiene interés en compartir su cuerpo, tal vez por miedos, tal vez por rituales, al menos con esos extraños de juventudes perdidas.

Nada impide a Emma pasear, charlar y reír. Todo es guardado en las páginas de un diario, su diario secreto. Un libro del que ella dice "contiene aquello que pude observar, enriquecido al imaginar la avaricia de acumular conquistas de una breve duración, la ira que emerge al traslucir todo aquello que se desea ocultar y la gula por devorar hasta el último placer". Emma compone una cápsula del tiempo que recuerda al reloj que en su carrera infinita es la condena que Afrodita impone: una joven nueva, un espejo nuevo.

—¿Quién es esa anciana? —Le pregunta el joven White a la joven Hernández, quien es seguida por todas las miradas en el jardín del Club House, embellecido por la primavera.

—Es Emma, mi abuela. —se aleja del joven White y corre hacia Emma, la toma del brazo—. Abu, ¿Hay más historias en tu diario?

—Mi querida Emita, muchas, algunas felices y otras no tanto. Ven, caminemos juntas y disfrutemos ambas del jardín que ya habrá otro momento para capturar miradas y seguir escribiendo porque el placer sin amor es su sombra.

#Paulus - Pablo A Bevilacqua

Agosto 2025

sábado, 9 de agosto de 2025

La mesa, el vaso y el plato

La ciudad siempre tiene sus luminarias que le dan una imagen especial a la noche. Claroscuros, arboledas y sus manchones de oscuridad, donde se ocultan los miedos, así es como la luz tenue de los faroles gastados dibuja las calles del barrio. También están las avenidas, que nunca duermen, inundadas de luz blanca intensa como si se quisiera ocultar la noche, los miedos. Una ilusión.

No es muy tarde. Dejé el departamento de mamá pensando volver a casa. Esta frío, lo suficiente para evitar estar deambulando por la calle. La pizzería aún esta abierta y bastante concurrida. Elegí una mesa individual, alcanza para mí y mi sombra. Me senté mirando hacia la TV que solo deja ver imágenes de partidos de futbol que nadie ve. Alguien abre la puerta e ingresa el frío del exterior. Solo deseo que la cierre. 

¿Qué puedes pedir en una pizzería si estás solo? Yo no tengo dudas, tal vez tú querido lector que te asomas por esa ventana tengas alguna duda. Fugazeta Rellena y Fainá. Afuera sigue el frío, ese que se entierra en los huesos, aquí la mesa, el vaso y el plato a la espera de las porciones calientes.

La espera es una oportunidad para recorrer la memoria e imaginar. También para dejarse perder en las imágenes de un partido que quién sabe quiénes disputan por el triunfo. Prefiero dejar el celular guardado, me separa de mí. El deambular de los mozos y la espera a ser llamados le dan un ritual propio al lugar. Ahí viene la moza y mi encargo. Una sonrisa.

Pensé en solo comer la mitad y llevar el resto a casa, no fue posible. Opíparo, esa es la conclusión de mi estómago. Culpa de los sabores que siempre nos dejan atrapados en el placer de su fusión. La masa crocante, la cebolla caramelizada, el queso derretido y el jamón en su interior. Tan sólo es solo una porción. La fainá con su particular sabor y crocantez cierra el entrelazamiento de los sabores porteños. El postre no tiene lugar ni en los sabores ni en mi estómago. 

Pagué, me levanté. Abrí la puerta y solo quería  que el abrigo fuera suficiente. Al salir dejé que el frío ingresara y otro ansiara que cerrara la puerta rápidamente.  Seguí mi camino hacia casa entre los claroscuros. Hace frío. 


#Paulus – Pablo A Bevilacqua

Agosto de 2025

jueves, 7 de agosto de 2025

Tesis sobre la psicosis de los infinitos proporcionales


Esta Tesis busca encontrar el vínculo entre la proporción de los infinitos, en el marco de la dimensión en que existe nuestro universo, y el caso de la psicosis del profesor Phd. Dr. Mg. Ing. Alfonso Ludueña inducida por un alumno desconocido, que llamaremos Equis Sub Uno.

En primera instancia debemos citar que las pruebas de la existencia de Equis Sub Uno se remiten a los dichos del Profesor Alfonso Ludueña, cuya veracidad se basan en sus credenciales académicas como Ingeniero aeroespacial, con un Magister en Astrofísica, seguido de su doctorado en proporción de los infinitos y su tesis sobre el cuento de ficción en los entornos subatómicos como portal de los infinitos.

Además, Equis Sub Uno es mencionado en una conversación de WhatsApp entre el Profesor Alfonso Ludueña y el Sr. Ramanathan Iyengar, encargado de la limpieza, donde éste último alega haber visto salir del aula a su hijo de 17 años de edad, ambos originarios de la República de Bharat, en coincidencia con la observación de la desaparición misteriosa de un joven en el aula.

Para el abordaje de nuestro estudio nos remitiremos al marco teórico expuesto en ocasión del Taller Literario Escritura Creativa realizado en fecha terrana occidental 5 de agosto de 2025, por las disertaciones sobre la Proporción de los Infinitos abordado por el Sr. Manuel y el Entrelazamiento del tiempo y los Universos en una Partícula Aleph presentado por la Sra. Viviana, ambos emergentes de la gravitación Borgiana, dando así sustento a esta investigación de la psicosis de los infinitos. Seguido presentamos el relato de los hechos por Paulus que materializa el objeto de nuestra investigación.

El Profesor Alfonso Ludueña entró al aula, descendió los escalones y se ubicó en el espacio reservado a quien dispone del conocimiento. Sonó el timbre y comenzaron a ingresar los alumnos. Así inició el semestre. Ese año se propuso ser casual, alejado de toda vanidad de la que pudiera ser acusado, para hablar del infinito como la finitud de las grandes medidas, aquellas que sólo encuentran significado en los viajes entre galaxias y también a través de los espacios subatómicos, donde la energía es principio de la materia, que alojan infinitos diversos y proporcionales.

 El infinito es una magnitud incomprensible y comprensible, es como un Qubits que sostiene dos estados al mismo tiempo, salvo cuando es observado adoptando uno de los dos estados. —Se detuvo un instante para medir la respiración de sus alumnos. Cinco se han dormido, diez cuchichean entre ellos, tres están absortos y uno, sólo uno, respiraba normalmente.— Veo alumno que el tema no lo ha sorprendido, ni para bien ni para mal.

 —Aún no profesor. —Responde imponiendo un tono de sabiduría como si hasta allí conociera todas las respuestas.

 —Y a partir desde ¿dónde podré lograr que su respiración se agite?

 —Cuando comencemos a entrelazar la tridimensionalidad del tiempo en el tejido de los infinitos de las energías solidificadas en materia.

 Alfonso no supo qué contestar. Si no hubiera sido por el timbre que anunciaba el fin de la clase se hubiera hiperventilado. Pero, ¿qué conocimiento podría poseer ese joven?, imaginó la posibilidad que sólo se estuviera burlando de él, aunque no puede descartar que fuera poseedor de un conocimiento que él no ha alcanzado. Decidió no dedicar más tiempo a tal trivialidad y asumió, con un ligero cálculo estadístico, que no había ya dudas sobre la primera opción, una singular burla, representando un  72,28% y la lejana posibilidad de ser poseedor de un inesperado conocimiento corresponde asignarle un 26,03%, siendo la diferencia la tasa de error. No había porque afligirse, su conocimiento seguía manteniendo sus estándares exigidos por la academia.

 Aunque, la ciencia no permite tal liviandad y serenidad, pues no es posible asumir una verdad antes de comprobar su falsedad. Claramente estaba obligado a verificar si el alumno poseía el conocimiento para formular tal pregunta. Ya no podía escapar de esa trampa tendida como el laberinto que encerró al minotauro para luego convertirse en la celda de su arquitecto. La pregunta ya había sido lanzada al espacio y al tiempo, ya era imposible ocultarla. Inmediatamente, la anotó en su cuaderno y por si pudiera perderlo le hizo una foto con su celular.

 “¿Entrelazar el tiempo en el tejido de los infinitos?” la pregunta o la respuesta de aquel alumno lo seguía como su propia sombra. Al principio sólo fue una angustia que iba y venía. No vislumbraba una solución. Si el conocimiento fuera un infinito contenido en un Aleph ¿Quién poseería el infinito mayor? ¿Cuál Aleph poseería la mayor cardinalidad?¿Aquel joven o él?

 La próxima clase se encontraría nuevamente con ese alumno y no podría darle una respuesta, aún peor, no podría hacerle una pregunta sin alcanzar una interpretación, una pista, un inicio, cómo sabría cuál sería una duda válida que revelaría su entendimiento de la cuestión. Se estaba enfrentando a la perversidad del iluminismo, allí donde lo racional fracasa y se enfrenta al abismo donde domina lo irracional.

 Por primera vez, fue el último en ingresar al aula. Desde atrás trató de encontrar a aquel alumno. No estaba allí. Fue bajando la escalera lentamente mirando rostro por rostro. Llegó a su lugar, el trono del docente, la sede del conocimiento, protegido por las paredes dibujadas con los símbolos que componen las fórmulas que explican el universo. 

 Hoy debía hablar de las integrales triples y la comparación entre infinitos. De lo abstracto, de aquello que aún no habla de la existencia de Dios, pero se aproxima, esa frontera donde sólo la filosofía se anima a cruzar brevemente antes de convertirse en teología.

 Dio la clase. Fue magistral, ningún error, sin sesgos de superioridad. El tema había sido comprendido por todos. Su misión de maestro fue cumplida a la perfección. Sólo faltaba un aplauso, una ovación que reconociera tal logro. Sonó el timbre y todos abandonaron el aula, Alfonso aún conservaba la tiza en su mano derecha. 

 Entonces, la puerta se golpea, se sobresalta. Allí estaba el alumno, parado en la entrada observado los pizarrones.

 —Intente escribir nuevamente lo mismo, pero con su mano izquierda. —dice el joven.

 Qué estupidez le decía ese alumno. ¿Qué diferencia se puede producir si escribía con una u otra mano?

 —Por favor, inténtelo profesor. 

 Esta vez no rehuiría al desafío, era cuestión simple, más teniendo la seguridad de ser ambidiestro. Comenzó a escribir con su mano izquierda, todo parecía igual hasta que lo vio. Si, pero ¿cómo era posible? Allí estaba el tejido de los infinitos moviéndose en un sistema tridimensional del tiempo, todo contenido en un Aleph. A caso ¿estaría redefiniendo el teorema Greog Cantor o por el contrario sería la descripción matemática de escenas de una obra de Tadeusz Kantor?

 Lo escuchó respirar agitadamente. El alumno había cumplido con su promesa. Volvió la vista al pizarrón y dejó de oír la respiración del alumno, se dio vuelta repentinamente y no había nadie, sólo estaba él y su conocimiento. Volvió a mirar el pizarrón.

 Una voz desde lo alto, desde las puertas de entrada lo llama.

 —Profesor, ¿le falta mucho? Debo empezar mí clase. —Le reclamó otro profesor mirando su reloj.

 Una corriente de alumnos comenzó a entrar. Rápidamente tomó su celular y fotografió todo lo que había escrito sobre el pizarrón. Una nueva tesis, una nueva comprensión del universo.

 —Profesor, ¿le molesta si borro esos garabatos?. Ya no controlan a los niños que dejan entrar a las aulas y se divierten dibujando en los pizarrones. —Le dice riendo el profesor que entraba para dictar clase de Astrofísica—. Qué fórmulas raras y confusas. ¿Es un juego? ¿Una nueva didáctica para que estos cerebritos entiendan algo? Más tarde lo veo y me cuenta.

 El profesor Phd. Dr. Mg. Ing. Alfonso Ludueña sube la escalera lentamente, como si su cuerpo le pesara. Ve los rostros de esos alumnos jugando con su juventud a la espera de algún conocimiento que animara sus fiestas de los viernes. Vuelve su mirada al pizarrón y ve como aquel maravilloso conocimiento, que no podía ser comprendido, era esfumado por un borrador agitado por una mano izquierda perteneciente a otro ilustre profesor. ¿Tal vez debería usar su mano derecha? Se pregunta y sigue sin la esperanza que lo descubra.

 Al salir del aula buscó a quien desde ese instante llamaría Equis Sub Uno sin poder hallarlo. Lo intentó durante todo el semestre y tampoco pudo hallarlo. Finalmente escribió una tesis titulada “Entrelazamiento en la tridimensionalidad del tiempo en el tejido de los infinitos de las energías solidificadas en materia”. No obtuvo el Premio Nobel, tampoco el reconocimiento de sus pares. Sólo el silencio del escritorio de su casa, una pila de hojas impresas que algún día de invierno alimentarán la chimenea.

En conclusión, Paulus en su relato de los hechos nos impone entender ¿qué es el Aleph y su posible relación con la psicosis?, porque él no lo aborda, aunque tiene la generosidad de dejarnos las pistas que deberemos seguir para aproximarnos a una definición. La primera pista nos lleva hacia el observador que puede definirlo en un estado conceptual o uno corpóreo. Este primer estado conceptual fue propuesto por Greog Cantor desde la matemática y por el contrario, 100 años más tarde, Tadeusz Kantor, sin hacer mención específica al Aleph toma el concepto de Greog Cantor y le otorga un sentido corpóreo en la persona y su temporalidad o en el teatro y su forma conceptual. Contemporáneo a este último Jorge Luis Borges nos deslumbra desde la literatura preguntando sobre qué estado posee el Aleph, planteando una ambigüedad ¿solo se conocerá su estado al observarlo sin la intención previa del observador a suponer un estado?

La segunda pista nos plantea otra pregunta sobre cómo la capacidad de observar y comprender los conocimientos puede afectar a la persona cuando intenta revelarlos. Una premisa necesaria es que los conocimientos adquieren existencia cuando el observador es capaz de reconocerlos, por ello, es necesaria la existencia de un motor Equis Sub Uno que motive el desplazamiento de lo conocido para aceptar lo novedoso disruptivo, como le sucedió al profesor Phd. Dr. Mg. Ing. Alfonso Ludueña. Pero, existe una discontinuidad de temporalidad en la distribución del conocimiento, tal se describe cuando el profesor de Astrofísica no logra comprender las fórmulas. Por ello, podemos asumir que éste reconocimiento no sucede en todas las mentes en el mismo instante de temporalidad.

La tercera pista nos lleva hacia la observación del trauma, como una respuesta esperable a la frustración en la búsqueda a ser entendido. Para ello debemos considerar nuevamente el relato de los hechos observados por Paulus que ante el intento del profesor Phd. Dr. Mg. Ing. Alfonso Ludueña de hacer visible ese conocimiento disruptivo novedoso encuentra una resistencia de igual proporción y opuesta a su aceptación. Entonces, extendiendo este concepto podemos decir que el intento reiterado por hacerlo visible en un ambiente díscolo produce un crecimiento exponencial de la magnitud de la fuerza opuesta de aceptación. La imagen del abandono de la Tesis a su olvido y posible destrucción muestra que esta resistencia lleva a quien posee el novedoso conocimiento a una percepción, real o imaginaria, de soledad e incomprensión, cayendo irremediablemente en un Aleph de psicosis… 


Paulus- Pablo A Bevilacqua

Agosto 2025

domingo, 27 de julio de 2025

Otra Historia, ¡So Long?

 



Traer los recuerdos de Lello, de nuestra adolescencia, es volver a casa, a aquel living con algunos cuadros pintados con acuarela y otros con fotos de tiempos pasados, la gran ventana que lo iluminaba, el sillón de 3 cuerpos en el centro mirando hacia la ventana con una mesa ratona haciendo juego y otro de un cuerpo con su velador de pie al lado de la ventana.

 Lello sentado leyendo en el sillón individual con su luz siempre encendida del que se había adueñado desde aquel día que pudo treparlo, mientras nosotras vivíamos nuestra adolescencia desde el sillón grande pasando horas sentadas hablando de mil cosas o jugando a nuestros juegos adolescentes y cuando menos lo esperábamos Lello interrumpía con alguna ocurrencia.

No recuerdo ya los años que han pasado, ¿fueron 20?, algo así. Ya había olvidado ese olor tan particular y lo incómodo que era el sillón que creíamos tan cómodo. Pensábamos que no había nada igual más allá de la puerta. No puedo dejar de imaginar a Lello leyendo al lado de la ventana y de repente su voz:

—Sunthorn Phu nació en 1786 en la provincia de Chango Wat Rayong en Tailandia. ¿Estás escuchando Sheila? No encuentro como traducir el tailandés, ¿A quién se le ocurre comprar un libro que jamás podremos leer? Dile a tu novio que tiene olor a cigarrillo, lo siento desde aquí, me distrae.

Nunca le habló a Richard y al final tuvo razón, no valía la pena hablarle, sólo se escuchaba a sí mismo. Tardé en aceptarlo, al final lo eché. Pero era lindo. Creo que lo que más odió ese día que le abrí la puerta para que no volviera fue que no pudo ser el primero.

—Hace una semana que no viene el cigarrillo con la persona que lo sostiene. —Fueron las últimas palabras que Lello dijo de Richard, no las pude olvidar.

Lello, tenía razón, tuvimos que lavar el sillón para sacarle ese espantoso olor a cigarrillo. Todavía recuerdo su tono despectivo, cuanto me hacía reír y sufrir. Aunque deba ser así, despedir duele. Lello me enseñó a no dejarme traicionar.

Hoy imagino que toda nuestra vida transcurrió en ese sillón. Tal vez porque en la memoria sólo guardamos aquello que consideramos importante aunque no lo sea.

—¡Mamá! … ¡Mamá! … ¡Mamá! Están matando al sillón de angustia, —Gritaba Lello porque con …, ¿Cómo era su nombre? ah sí Lucio, con Lucio rotamos el sillón— sólo puede ver la pared, el sol ya no lo ilumina y me ocultaron la vida que allí ocurre.

En cuanto entró mamá, Lello la miró como buscando complicidad y luego me miró y no tuvo más ocurrencia que recitar un tango:

—“Quién sos, que no puedo salvarme, muñeca maldita, castigo de Dios … Ventarrón que destroza en su furia un ayer de ternuras, de hogar y de fe… Por vos se ha cambiado mí vida … “ ¿Entendiste o llamo a Discépolo?.

Ese día no volvió a mencionar el nombre de Lucio y supe que también había terminado su tiempo en el sillón. Esa tarde abrí la puerta para que la cruzara por última vez. El sillón volvió a mirar hacia la ventana.

No sé cómo podía tener tanta memoria. Ese tango, que poco después supe que se llamaba Secreto, lo habíamos escuchado con Lello en un podcast que puso esa mañana. Siempre escuchaba podcast por la mañana de 7 a 8 con el desayuno los Martes, Miércoles y Jueves.

Sólo en el desayuno se sentaba en el sillón grande, siempre creí que era porque podía apoyar la taza y el plato en la mesa ratona, aunque la razón era otra, lo supe una mañana que le dije:

—No soporto más ese podcast, por qué no vas a tu sillón, sólo estás aquí para usar esta mesa.

—No, no es así Sheila. Si quisiera desayunar en mí sillón pondría la mesita portátil, pero no estaría con vos, estaría solo.

Lello era un universo extraño de vivencias que hacían verte lo más importante, todo aquello que sólo valía conservar, abrazar y disfrutar.

Él nunca se sentaba en el sillón grande cuando estaban mis amigos. Tampoco permitía que ocuparan el suyo.  Nunca nos dijo por qué dejó a Luis sentarse en su sillón y leer sus libros. Como si conociera el futuro, como si viera dentro de nosotros todo aquello que nosotros no éramos capaces de ver. Finalmente, me casé con Luis. No tengo dudas que Lello lo eligió.

—Es él. No busques más, ahora puedes dejar el sillón y salir por la puerta acompañada. —Si me preguntan qué no podría olvidar, fue ese día. Estábamos con mamá, Lello y yo sentadas en el sillón, fue un miércoles, y Lello escuchaba su podcast. Le contaba a mamá sobre Luis y que me parecía que él era alguien distinto, entonces Lello silenció el podcast y sólo escuchó nuestra charla. Creo que sintió que dudaba demasiado y sólo lo dijo.

Él también tenía esos días que no sabía cómo vivirlos. No era fácil ayudarlo, se protegía de todo lo externo, porque desde afuera llegaba aquello que encendía su dolor.

—Hay personas que se van sin avisar. No está bien. Uno no puede sólo estar aquí sin saber si no vienen porque se cansaron de uno o que uno por su franqueza lo hizo enojar o quien se va abre y cierra la puerta para no volver y esa voz, que espero con tanta alegría, no vuelve a abrir la puerta. Si no los quisiera no notaría su ausencia, pero la noto … hoy tampoco escuché su voz llegando a la puerta. —Fue la primera vez que vi correr lágrimas por el rostro de Lello. Martha, nuestra abuela, tenía una conexión especial con nosotros y especialmente Lello con ella. Fue cuando falleció. Lello no dijo nada por dos semanas, tampoco escuchó podcasts. El dolor en él se mostraba de una forma particular; por un tiempo se ausentaba, estaba allí y no estaba.

Los primeros días disfruté de ese silencio, dije —por fin. —Luego me odié por mí satisfacción. Me faltaba su voz y comencé a percibir la profundidad de su dolor.

—¿Esperas que diga algo Sheila? ¿Por qué? el sillón grande está lleno de lágrimas y silencio y en el mío no hay voces … ¿Qué palabras calmarán el dolor?

 Aprendí con él a escuchar el dolor en el otro y lo difícil que es superarlo solo. Tan difícil como lo es para mí hoy.

Verlo allí, recostado en ese cajón de madera y no en su sillón me recordó que se acabaron para siempre esas sorpresivas intervenciones. Tantas veces las odié … las amé … y ahora sólo espero escucharlas nuevamente. No quiero estás lágrimas, lo quiero a él en su sillón …

—¡Sheila!, “¡So long!. Remember my words  -I may again return, I love you- I depart from materials; I am as one disembodied, triumphant, dead.”  Walt Whitman … Walt … Whit … Man. ¿Entendiste Sheila? … No lo olvides … 


#Paulus – Pablo A Bevilacqua

Julio de 2025

lunes, 2 de junio de 2025

El olvido de Belgorov

Belgorov se despertó más temprano de lo habitual, aun el cuarto esta oscuro, desde el ventanal entre las rendijas que deja la cortina se vislumbra el inicio del crepúsculo. Pensó que igualmente podía levantarse, pero sentía sus piernas inmóviles y sus brazos adormecidos, trató de llamar a Angy pero no logró emitir sonido alguno. Solo podía mover sus ojos. Siente como se apaga lentamente su respiración. 

—¿Será un sueño? —Se dijo cuando pudo incorporarse.— ¿Qué sucede? 

Se ve recostado e inmóvil sobre su cama. La angustia que lo había gobernado por tanto tiempo se esfumó. Ve a Angy parada en la puerta y extiende su mano para avisarle. 

—¡Angy! algo extraño me está sucediendo. —La llama, pero Angy no lo escucha. Ella vuelve su mirada hacia la cama.

—¡Nora!, ¡Nora!, ¡Nora…! —Angy grita cada vez más fuerte y con mayor angustia.— ¡Corre!, Belgorov no respira. —Volviendo hacia Belgorov.— No te irás, no me puedes dejar sola aquí. No soportaría seguir aquí sin escuchar tu voz, … ver tus ojos … —Solo mira su cuerpo tendido en la cama, esperando a Nora.

El piso tiembla por el paso de un carro repleto de equipos empujado por dos enfermeros. Nora corre detrás de ellos. 

—Angy, sale y espera afuera, esto no va a ser agradable. —Le dice Nora mientras los enfermeros conectan una infinidad de cables al cuerpo y a las paredes. 

Nora mira hacia arriba como buscando algo en el techo y grita. 

—¡No puedes irte aún! —Sigue con la mirada como si pudiera ver algo y dice— No te podrás escapar tan fácilmente.

Belgorov ve toda la escena como un sueño y Nora llega para irrumpir y frustrar su destino evitando que pueda escapar.

—Siento su mirada como quien teje una telaraña para atraparme, ¿Qué sucede?  —Vuelve a preguntarse Belgorov.

De pronto frente a él se abre un agujero muy luminoso como un túnel y debajo de él siente un frío intolerable y ve abrirse un agujero negro y profundo. Desde la luz emerge como una mano que lo toma y lo jala.

—¡Ahora! —Grita Nora, un enfermero enciende los equipos y esperan en silencio. 

La pieza se llena de sonidos de descargas eléctricas y del ulular de los equipos. Un destello intenso como el de una explosión de un relámpago sin su estruendo llena la pieza. Todos caen al suelo.

—Nooooooo … —Se escucha el grito profundo lleno de frustración de Belgorov incorporándose en su cama.— ¿Por qué Nora? … ¿Qué has hecho?

Los enfermeros se incorporan aturdidos y comienzan a desconectar todo con dificultad, cuando terminan se retiran empujando el carro que llena los pasillos de un horrible coro de chirridos. Belgorov sentado aún en la cama siente que ha vuelto a su prisión y vuelve a sentir la angustia por el olvido de su vida.

—No te irás tan fácilmente. —Le dice Nora y sale del cuarto.— Ya puedes entrar —le dice a Angy y sigue a los enfermeros sin mirar hacia atrás.


Angy corre hacia él, toma su mano y se inclina, siente un frío extraño que emana de su cuerpo que la asusta. Ella se aleja hacia el sillón que está próximo al ventanal y le dice,

—sabes que no podemos dejarte ir hasta que recuerdes. —Aun siente temblar su cuerpo y se cuestiona si Belgorov podrá recobrar la memoria.

Angy corre la cortina y la luz de la mañana llena toda la pieza. Desde el ventanal se ve el mar y su oleaje. El edificio está sobre un acantilado. El ventanal es hermético. A veces Belgorov cree que aquello es una pantalla gigante y lo tienen encerrado en un laberinto en el cual todos están atrapados. 

Angy se acerca nuevamente, lo ayuda a recostarse y lo arropa. Él se siente cansado y se queda dormido. Ella lo mira desde el sillón donde se acurrucó para descansar y le susurra,

—te extraño. Extraño los días que podíamos compartir una vida pero aceptamos este viaje, esta misión sin sentido. No sé por qué no me di cuenta de que tu mente se estaba yendo, tal vez hubiera podido evitar todo esto. —Se queda dormida.

Belgorov se despierta unas horas más tarde. Desde la ventana puede ver el oleaje del mar embravecido e imagina que el viento es más intenso. Trató de recordar cómo era el sonido del viento y el de las olas. Su rostro refleja su frustración por no poder recordar cómo se sentía el viento y las olas en su cuerpo, solo recuerda su sonido.

Ve a Angy que aún está en la pieza durmiendo acurrucada en el sillón de una forma en la que parecía buscar vencer la incomodidad. Su respiración a veces era profunda como si un sueño la tuviera sumergida en una aventura o tratara de escapar de alguna pesadilla. Ella es hermosa para él, siempre la vio hermosa, y le es difícil recordar el tiempo que compartió con ella, solo encuentra en su memoria imágenes dispersas y desordenadas de aquellos días aunque siente que existe algo que los une. Se inquieta por ese sentimiento de angustia al no poder encontrar la forma para salir de ese lugar que imagina como un laberinto donde debe vencer a Nora para que las puertas se abran y pueda alejarse definitivamente. 

—Te veo y sé que debo extrañarte, pero no sé cómo sentir eso. Parecería que algo se rompió dentro de mí y me he alejado. —Belgorov murmura para no despertarla, pero con la intención de que tal vez pudiera oírlo entre sueños.

Angy abre sus ojos y él sostiene por un instante su mirada en sus ojos, un sentimiento de libertad lo invadió y su angustia se disipó como si de alguna forma ellos fueran la salida de aquel lugar. Angy también se hundió en su mirada y comenzó a sentir el vívido calor de un abrazo, como aquellos que había compartido en otros tiempos con él. A caso, ¿su prisión se había abierto? ¿Sería que estaría recuperando sus sentimientos hacia Angy? 

La puerta se abre. Angy se incorpora moviendo su cuerpo como evadiendo los dolores de una mala posición. Belgorov se levanta y va hacia la mesa con cierta dificultad para caminar. Angy lo ayuda. Él siente el calor del cuerpo de Angy y el frío de sus manos que lo abrazan para ayudarlo a llegar a la mesa. De a poco todos esos sentimientos de afectos vuelven a disiparse y desde su interior algo lo impulsa a separarse de Angy. Sentados en la mesa el enfermero deja la comida y se retira. Belgorov lo sigue con la mirada hasta que sale del cuarto.

—¿Estás distinto?

—¿Qué te hace pensar eso? Tal vez me esté cansando del encierro en este laberinto de angustias. Mira a tu alrededor. Mira el mar que repite su oleaje y ni siquiera puedo sentir ni su frescura ni su olor, solo verlo. 

¿Ya puedes recordar por qué estamos aquí? y ¿por qué no podemos alejarnos de este lugar? Todos estamos de alguna forma atrapados en tu prisión. En algún lugar de tu memoria está, solo debes encontrar el camino para llegar y recordar.

—Me piden que recuerde algo que ni siquiera sé si fue real. 

—Lo fue, aunque no puedas recordarlo. ¿Por qué no me cuentas que sucedió cuando dejaste de respirar?

—Estás linda, aunque no hayas podido dormir bien. 

—Gracias, pero no evadas mi pregunta. 

—No sé qué decirte, todo está tan borroso como el recuerdo de un mal sueño. 

—Necesito saber si aún me recuerdas. 

—Temo que no entiendas, que trates de unir piezas que no son del mismo rompecabezas y finalmente veas algo erróneo. 

—Confía en mí, tal vez juntos podamos encontrar las piezas correctas.

—Recuerdo un último ahogo y sentí como si pudiera ver toda la pieza mientras yo estaba en la cama. Traté de avisarte, pero no me oías. ¿Por qué miraste hacia la cama?

—Sentí como un viento frío que rozaba mi nuca, me di vuelta y te vi inmóvil.

—Fue como si parte de mí hubiera abandonado mi cuerpo. Bien, sabemos que es imposible. Ha sido solo un mal sueño.

—Paso algo más, ¿no? Te conozco, cuando no quieres hablar de algo niegas todo. 

—¿Te vas a comer esos vegetales?

—No, pero los tendrás solo si me dices.

—¿Por qué insistes? 

—Si fue un sueño no tienes nada que perder. Solo me contarás un sueño.

—No sé si solo fue un sueño. No sé si estoy confundiendo los recuerdos. Ya no confío en lo que mi mente recuerda.

—Yo puedo juzgar eso. No sabes lo difícil que es para mí vivir esta enorme distancia que abriste al quitarme de tus recuerdos.

—Ya no se … no sé si fue … si fue culpa mía. No se … no sé como sentir dolor por esto, no recuerdo porque debo sentir amor por ti, pero sé que debo esforzarme a hacerlo. 

—Cuéntame, tal vez estemos encontrando el camino.

—Es posible. Se abrieron dos portales, el primero con una luz intensa y cálida, el segundo oscuro y helado. Sentí algo o alguien que me arrastraba hacia la luz y de repente caí hacia la oscuridad del segundo portal. 

—Toma los vegetales.

—Hay algo más. Algo vino …

La puerta se abre de repente. Entra Nora y un enfermero a retirar la comida.

—¿Qué quieres Nora? —Le dice Angy molesta por frustrar sus esfuerzos para recuperar a Belgorov 

—Si, ¿qué quieres Nora? - Repite Belgorov siguiéndola con la vista. —¿No te basta con invadir mis sueños?

—Hola Belgorov. Veo que aún estás algo irritable. —Mirando a Angy.— ¿Lo ves mejor?

—Aún sigue sin recordar. —Siente que debe ocultarle la charla reciente con Belgorov y sospecha que Nora es parte del motivo de la pérdida de su memoria.

Nora camina alrededor de la mesa explorando a Belgorov con su mirada penetrante. El enfermero se retira dejando la mesa limpia y llevándose las bandejas. Mientras Belgorov sigue con su mirada al enfermero como si solo estuvieran ellos dos.

—Te estás olvidando de mí. ¿Piensas dejarme aquí otra vez? —le dice al enfermero. —No quiero seguir aquí sin encontrar una salida. Tú puedes sacarme, tú tienes lo que ellas buscan.

Nora mira al enfermero que comienza a ponerse nervioso y busca salir de la habitación con mayor prisa. 

—Espera, ¿De qué te está hablando? —Nora le pregunta al enfermero mientras camina hacia él.

—No sé. Desvaría. No tengo idea de qué habla. Yo no tengo las claves.

—¿Qué claves? —Nora ya casi siente su respiración agitada y comienza a dar vueltas lentas a su alrededor e impidiendo que salga de la habitación.

—Las que no recuerda. Las que ustedes necesitan para regresar. —Responde inquieto sintiendo la presión de Nora.

—Sabía que algo no estaba bien. —Dice Angy dirigiéndose a Nora y mirando a Belgorov.— O nos mienten o ha sucedido algo cuando lo trajimos de vuelta.

—Ciertamente. —Dice Nora sin dejar de escudriñar al enfermero.— Porque no te sientas enfrente de Belgorov y averiguamos qué está pasando aquí.

El enfermero duda en moverse, quería irse de allí, pero sabía que Nora no se lo permitiría, ella siempre lo veía todo y lo atraparía, no tenía más salida que la de obedecer y sentarse.

Angy se para y corre la silla esperando que el enfermero se siente. Nora y Angy guardan silencio por un rato observando a ambos.

—¿Recuerdas mi mirada, Belgorov? Yo podía verte cuando tratabas de encontrar una salida. —Nora le recuerda ese instante que veía los ojos de Nora buscándolo.

—Si. Estabas en mi sueño como una ladrona. Cuando sentí que había podido abandonar el laberinto, cuando vi la puerta, sentí tu mirada vigilante a la espera de ese instante para cerrar las puertas y volver a encerrarme aquí, en mi celda. 

—¿Recuerdas que no estabas solo? No podía verlo, pero vi como una sombra que se acercaba hacia ti.

—Alguien quería ayudarme, extendió su mano desde la luz y me sujetó el brazo. 

—y volvió contigo. —Nora responde con una voz imperceptible.

—Nadie vino con él. Todo es un sueño, un mal sueño. —Responde enojado el enfermero mirando a Angy.

Angy no sabe qué decir, prefiere guardar silencio. Observaba toda esa conversación como un juego de desvaríos inducidos por Nora por algún motivo. Belgorov observa a Angy esperando que no mencione nada de su charla. Los tres ven al enfermero como intromisión, alguien que no debía estar allí, un invasor.

Nora y Angy salen del cuarto dejando a los dos solos. Por el ventanal se ve una tormenta que agita el mar con olas cada vez más violentas.  El enfermero se levanta y camina hacia el ventanal, extiende su mano y la apoya contra el vidrio. Siente un frío intenso como si quemara su piel y la retira, la vuelve a extender y la deja apoyada.

—Si intentas salir por la ventana morirás. No hay forma de sobrevivir en ese ambiente helado de metano y helio líquido. —Belgorov le recuerda con ironía algo que todos saben.

—Es mejor que esperar aquí, en este encierro. Aunque tú tienes la compañía de Angy. —El Enfermero le contesta con la misma ironía.

—Diles las claves y todo terminará. 

—¿Para qué? Si ya no existe el lugar donde pretenden regresar. —Vuelve su vista hacia Belgorov mientras retira su mano del vidrio y la mete en su bolsillo para calentarla.

Belgorov se para y la angustia comienza a dominarlo.

—Tu no entiendes lo insoportable de este lugar. Encerrados en este laberinto del que no podemos hallar un final. Pasillos, puertas, cuartos, salones, escaleras y más pasillos. Al principio estábamos ocupados construyendo las instalaciones, dedicando tiempo a investigar. —Se detiene un segundo y toma su cabeza con sus manos.— Ya no recuerdo qué hacemos aquí, solo aprendo olvidar: a no recordar quiénes somos y de dónde venimos.  —Mira hacia la puerta esperando que Angy regrese.—  Empecé a olvidar a Angy y todos los sentimientos que imagino tenía por ella y los que ella dice tenía por mí. 

—Ya estás aquí, no puedes volver y ni tampoco puedes regresar lo que has perdido. 

—A esta altura ya deben intuir que no podré recordar lo que tanto buscan. Prefieren imaginar que encontrarán algo que les permita aferrarse al pasado para no perder la esperanza que los mantiene vivos. Yo ya no sé por qué debo seguir viviendo. Lo he olvidado.

—Me enviaron para protegerlos, que es necesario negarles la salida para que solo les quede la posibilidad de sobrevivir aquí. Al menos así tendrán una oportunidad.

—No sé si aquí existen oportunidades. Ellos pueden lidiar con la verdad y la elección debe ser de ellos no tuya. Aquí se sienten atrapados, inmersos en un laberinto del que no pueden salir. No creo que puedan soportar mucho más.

Belgorov se enfada consigo mismo. La angustia crece. 

—Cargan con los recuerdos del pasado imaginando un presente que ya no existe. Como si vieran en un espejo el recuerdo de lo que ya no soy. —Se deja vencer, un breve silencio y susurrando sigue,— no sé lo que soy.

Belgorov se acerca al enfermero y ambos miran por la ventana, la tormenta ha menguado y puede verse Saturno sobre el horizonte.

—Angy es verdaderamente hermosa, tienes mucha suerte. 

—No sé si llamarlo suerte. Puede ser la mujer más bella pero ya no puedo reconocer la belleza.

—Aunque sea están vivos. Están aquí contigo.

—¿Estás seguro de ello? Porque esto no es estar vivos. Esta luna no es lo que imaginamos. 

—Sabían que Titán sería un desafío y una oportunidad.

—Pero nunca imaginamos lo que encontraríamos. Debes dejarnos salir de aquí. Llévame hacia la luz. Me quisiste llevar, pero no te dejaron.

—Lo sé. Pero aun así no puedo. 

—Está es una maldita pesadilla. 

—Tu memoria cada día tendrá menos de ti. Te irás olvidando, solo recordarás breves imágenes, te será difícil controlar tus emociones y no sabrás por qué. Quienes hoy necesitan de ti ayer no los dejaste tenerte ni ellos te buscaron, perdieron la oportunidad cuando fuiste Belgorov, entonces hoy sabrían qué hacer y cuál es la información que necesitan para dejar este lugar.  Yo me iré y también me olvidarás.

—Malditos rompecabezas. Se mezclan las piezas de unos y otros. —Belgorov vuelve a la silla, espera solo el regreso de Angy y Nora, aún sabe que volverán.

El reflejo de la luz del sol que llega desde Saturno se va disipando en el ocaso, la luz ultravioleta del sol crea un color especial en la atmósfera, una neblina comienza a ocultar el exterior. La puerta cruje al abrirse, entran Nora y Angy, miran ambas a Belgorov esperando una respuesta, que el extraño hubiera conseguido lo que él ha olvidado.

—¿Dónde está el enfermero? —Nora le pregunta a Belgorov buscándolo en toda la pieza.— Es imposible que haya desaparecido. Belgorov, ¿Dónde está el enfermero? le volvió a preguntar enojada.

—¿Qué enfermero? —Responde Belgorov a Nora. 

—¿Cómo qué enfermero? —Le pregunta Angy a Belgorov.

Un velo de silencio inunda el lugar con miradas que recorren cada rincón como si un cuerpo pudiese volverse invisible. Incrédulas de la desaparición hacen traer los equipos para escanear la pieza. 

Belgorov vuelve a su cama, él piensa que si se vuelve a dormir podrá despertar de ese sueño, afuera la niebla lo cubre todo, mira a Angy antes de cerrar sus ojos, podría ser la última vez que la recordaría.



#Paulus – Pablo A Bevilacqua

Mayo de 2025

sábado, 26 de abril de 2025

La Padeciente

 Autor
Pablo A Bevilacqua - #Paulus -   Otoño 2025


Personajes
Anselmo Esposo de Amalia
Amalia Esposa de Anselmo
Emilia Hija de Amalia y Anselmo
Rafael Hijo de Amalia y Anselmo
Eduardo Esposo de Emilia
Dr. Sigmund Psiquiatra de Rafael
John Productor de Contenidos
Rosario Productora de Contenidos y compañera de John.
Alfredo Encargado de Mantenimiento



Acto 1

Hace 40 años Anselmo y Amalia, recién casados, realizaban su viaje de Luna de Miel a un pueblo costero. Unos kilómetros antes del pueblo comienzan a divisarse los paisajes esperados.

—¿Te imaginás poder vivir aquí? —Dice Anselmo tratando de buscar un lugar que lo aleje de su vida pasada.

—Estaríamos lejos de todo, de la familia. 

—Cierto —Suelta Anselmo con voz frustrada con el recuerdo de su vida y el pesar de regresar a ella.

—¡Mira! —Amalia señala un camino que lleva a un pequeño bosque y en medio dos torres.

Anselmo frena, retoma y se dirige al camino que lleva a las dos torres. Rodeado de árboles el sendero los conduce a un solar desde donde se ven los acantilados. Detiene el vehículo frente a las dos torres. 

—¿Estás seguro de que podemos ingresar? Es muy raro este lugar —Le dice Amalia sin ganas de tomar desvíos a su destino final. 

—Siempre soñé con encontrar un lugar así —Dice Anselmo como si estuviera solo en la camioneta, mientras Amalia guarda silencio—. ¡Esta es nuestra salvación!

Amalia no entiende las palabras de Anselmo, pero afirma. Ella mira a su alrededor con el sentimiento de que son observados. 

—Estoy cansada de estas aventuras, sigamos al pueblo que nos esperan en el Hotel.

Amalia encontraba ese pueblo insulso, aunque sus visitantes eran parte de su mundo. El Hotel, la playa y las actividades nocturnas cumplían con lo esperado por ella para una luna de miel.  

Anselmo cayó en el embrujo de ese lugar. Un lugar en el mundo donde reinaba La Paz y la felicidad.  

En una de las cenas que compartían con otros huéspedes conocieron al Dr. Sigmund. 

—¿Siempre es tan tranquilo a aquí? —Le pregunta Anselmo a Sigmund. 

—Suele serlo. 

—Discúlpeme. Soy Anselmo Bricks y Amalia, mi esposa. Estamos en nuestra Luna de Miel  —Amalia solo asevera con su cabeza.

—Dr. Sigmund, psiquiatra. Si busca paz, este es el lugar.

—No sé si exactamente estoy buscando paz, pero si un lugar donde podamos formar una familia lejos de la locura. He visto un solar con dos torres antes de llegar aquí.

—Es de mi familia. Estábamos construyendo un hospital, pero finalmente decidimos hacerlo en el pueblo. Parece que aquí hay más locos —Termina el Dr. Sigmund con un humor algo rancio.

La charla siguió esa noche y otras tantas más. Al año siguiente Anselmo Bricks construyó su casa sobre el lote de 10 hectáreas con acceso a los acantilados. Edifico la casa entre las dos torres, algo que la estética y el buen gusto no suele permitirse.


Acto 2

Pasaron los años, los pequeños niños crecieron. Amalia, Eduardo y Emilia están en el living de la casa iluminado por las ventanas que dan al frente y a los jardines del fondo.

—Te dije que debías guardar las armas de Anselmo bajo llave. Pero, como siempre te ocupas de las cosas menos importantes —Amalia, esposa del difunto Anselmo, enojada le reclama a Emilia, su hija—. Esto no hubiera pasado si en lugar de estar con tus libros de medicina y esos muertos de hambre del pueblo estarías atenta a tu hermano. Hasta el borracho de tu marido es capaz de distinguir lo importante. 

Amalia jamás pierde su compostura ni se exalta. Posee un cuidadoso control de las emociones. Todo lo mantiene bajo su control salvo a su hijo Rafael.

—Cállate por favor. No hables más. Hiciste lo mismo con papá hasta que no dio más y aceptó que un infarto fuera la mejor forma de suicidarse —Emilia alargaba sus palabras como tartamudeando con un sonido afónico.

—El Dr. Sigmund llamó para comentar que los dos intrusos están bien y que se alojaron en el hotel. No entiendo para qué gastas tu tiempo en ese tipo de gente.

—Soy médica mamá, mi obligación es sanar, no matar.

Emilia comienza a caminar hacia la puerta para irse mientras seguía increpando a Amalia

—Si no hubieras echado a Alfredo la cerradura del armario de armas serviría. En esta casa nada funciona. Nunca aceptaste que Rafael está alienado, es un idiota.

—No sigas Emilia, no puedes hablar así de tu hermano. Siempre lo excluyeron, tu padre y vos nunca le dieron una oportunidad.

—¿Qué oportunidad? Está loco o lo ha vuelto loco el Dr. Sigmund. 

—Una madre entrega un hijo a la guerra y retiene a otro para que la cuide.

Emilia comienza a correr y sale de la casa. Saca su Jeep de la cochera y se va hacia el pueblo.

Amalia se deja caer sobre su sillón de un cuerpo. 

—Ese sillón, podría decir, que ha copiado la forma de tu cuerpo. Con un poco de yeso podría hacer una estatua tuya.

—Cállate Eduardo. Dedícate a beber que es lo único que haces bien.

Eduardo, esposo de Emilia, va hacia la vitrina toma un vaso y la botella de Whisky. Se pasa un rato tratando de abrirla.

—Ni para eso sirves. No puedes abrir una botella. ¿Acaso sabrías qué hacer si estuvieras sobrio al menos una hora al día?

Eduardo logra abrir la botella y comienza a beber. Toma hasta vaciarla.

—La he podido abrir a pesar de ti. Bebo para no soportarte. Te dejo aquí medio vaso con whisky a ver si eres capaz de ahogar tu maldita amargura, tal vez el whisky te saque una sonrisa. Ja, Ja, Ja

Eduardo se va tambaleando hacia el parque trasero de la casa. Amalia desde el sillón murmura para sí,

—Podrías cruzar los jardines y aprovechar a saltar del acantilado. Tendríamos paz. 


Acto 3

Era temprano, el sol ya había salido hace 2 horas. Rosario y John viajan en su camioneta buscando una historia que pudiera salvar su programa del Canal de Streaming. Habían oído de un pueblo donde podrían conseguir varias historias muy singulares. 

—¡Mira esa casa! —Le dice Rosario a John señalando con su brazo. John apenas pudo verla, pero fue lo suficiente para frenar y dar la vuelta.

 Desde la ruta sale el camino que lleva a la casa. Posee tres plantas con dos torres en esquinas opuestas. El camino rodeado de árboles y plantas no autóctonas que con la luz del sol dan la sensación de haber sido dispuestas como un código de barras.

—Rosario, salvamos el canal, ¡encontramos la historia! —John estaba exultante, lleno de emociones que se reflejaban en sus ojos celestes mientras seguía avanzando con la camioneta hacia la casa.

Llegaron a una explanada frente a la casa y el camino seguía hacia atrás de la casa. Un pórtico que destacaba una única puerta como si fuera un castillo. En el primer piso había ventanales muy grandes como vitrales de una iglesia y el segundo piso sus ventanas eran pequeñas ubicadas en forma caprichosa. El frente y todo el entorno daban una sensación lúgubre. 

—¿Estás seguro de que deberíamos estar aquí?, todo es tan raro —Le dice Rosario apretando sus manos contra sus rodillas. Giraba su cabeza de izquierda a derecha buscando algo que la pueda lastimar. Tenía miedo.

—Es raro este lugar pero si no conseguimos algo realmente especial deberemos cerrar el canal —John estaba preocupado, pero temía mucho más perder su canal por el que había dado su vida y sus ahorros. 

Detuvieron la camioneta cerca de la entrada. Parecía que no hubiera nadie en el lugar. Solo la ventana superior de la torre del frente estaba abierta y unas cortinas desgarradas flameaban como una bandera.

John baja el bolso del equipo de filmación y prepara la cámara digital, saca también el drone pero lo vuelve a guardar. 

—Daré una vuelta alrededor de la casa. Tú fíjate si hay alguien en la casa. 

—¡No, John! mejor vayamos primero al pueblo y preguntemos. Este lugar es muy extraño. 

John ya se había puesto a caminar para rodear la casa con la cámara encendida. Pronto se perdió tras la casa. 

Un golpe sobresalta a Rosario y ve que la ventana de la planta baja más alejada de ella se abre y se cierra.

—¿John?, ¡John vuelve! —Su voz temblaba y no podía mover sus piernas. Comenzó a gritar—

John … John … John

Se escucha un disparo proveniente de detrás de la casa.

—No … ¿John? … por favor, no … no …no —Rosario totalmente paralizada, giraba sobre sí sin saber qué hacer. Su corazón parecía explotar y su garganta se cerraba hasta ahogarla.

—Eres un hijo de Puta. Me has disparado imbécil —Apareció John a los gritos y caminado dando tropiezos con su cámara colgando de una de sus manos y la otra cubriendo su cabeza.

Detrás de John aparece un sujeto con un sombrero de vaquero, camisa con flores, bermudas beige, medias y zapatos de traje sosteniendo un rifle. Apoyaba la culata sobre su hombro y no dejaba de apuntar a John.

—No, por favor, no … no lo mates —Gritaba Rosario cayendo de rodillas llena de lágrimas.

Por el brazo derecho de John cae un hilo de sangre hasta su mano.

—Lo siento ¿Quiénes son ustedes? —Dice el sujeto sin perder su compostura seria y como si la situación fuera algo habitual. Bajó el arma y se detuvo.

Rosario sollozaba tirada en el suelo. Cuando pudo tomar una bocanada de aire corrió hacia John. Comenzó a recorrer el cuerpo de John con sus manos buscando heridas desde donde brotara sangre. Ambos cayeron al suelo sobre sus rodillas abrazados.

Sale por la puerta una mujer mayor, al menos así parecía por su cabello de color tiza y su ropa oscura y antigua, sostenida por un bastón que le permitía avanzar con dificultad. 

—¿Qué has hecho Rafael? Te he dicho mil veces que no uses el arma de Anselmo. Dame el arma y ve a buscar a Emilia. Que traiga el botiquín. 

Esperó sin moverse en el pórtico. Emilia llega por el camino de atrás de la casa con un maletín en la mano y secando el sudor de su frente con la otra.

—¡Amalia! Vuelve a la casa que yo me encargo. Lleva a su cuarto a Rafael, está asustado. Ya llamé al Dr. Sigmund, vendrá cuando se desocupe en la clínica.


Acto 4

Emilia se detuvo delante de la puerta pesada de ingresó a la casa. El pórtico solo se iluminaba con la luz de la luna llena que pegaba en su espalda. No había luces que se pudieran ver por las ventanas, ni ninguna alrededor de la casa. Giró el picaporte dificultosamente falto de mantenimiento y abrió la puerta con esfuerzo.

Estiró su mano derecha buscando el interruptor de la luz. Presionó y no se enciendó ninguna luz.

—Maldición, nada funciona —Murmuró entre dientes. 

Hacia dentro del living apenas se podía ver la silueta de algunos muebles con el reflejo de la luna. Se escuchó un golpe desde el interior de la casa.

—¿Amalia?, ¿sos vos? —Nadie respondió y volvió a sentirse un segundo golpe. Emilia cerró la puerta y se fue.


Acto 5

Amalia yace en su sillón preferido del living. Toda la casa está oscura y los cortinados recogidos de las ventanas permiten una tenue iluminación por la luz de la luna llena.

Una botella de whisky vacía y un vaso medio lleno sobre la mesita al costado del sillón, que dejó Eduardo esa tarde antes de salir hacia los jardines de atrás de la casa.

Amalia apenas recuerda haber oído los pasos tambaleantes de Eduardo y el golpe de la puerta al salir. Sin ganas de despertar, agotada por la discusión de la mañana con Emilia siguió sumergida en un sueño profundo.

Un chirrido la forzó a abrir sus ojos. Vio una silueta en la puerta iluminada por una luz opaca que surgía detrás de ella. Creyó escuchar su nombre y al moverse para acomodarse tiró accidentalmente su bastón. Convencida que seguía soñando volvió a cerrar sus ojos. 


Acto 6

El hotel del pueblo no tiene muchas pretensiones, aunque en un pasado distante lo supo tener. Era un lugar de veraneo muy visitado por la clase alta. Pero hoy, ofrece una pieza limpia y una cama cómoda.

John y Rosario están tirados sobre la cama de la pieza del hotel. Las miradas perdidas viendo el cielo raso en un silencio que duele. Rosario aún sigue temblando. 

—¡Ganamos la grande!

—¿Qué grande John? ¿Qué ganamos? Casi te matan —Rosario con una voz angustiada y sin poder comprender la frialdad de John.

—Rosario, no pasó nada. Solo un rasguño en el brazo. El idiota tenía una puntería de porquería. 

—Se llama Rafael el idiota. Tiene problemas y nosotros lo provocamos. Te dije que primero debíamos venir al pueblo. Nunca escuchas.

—A vos no te importa como a mí esta profesión. Para mí es todo, no hay nada más importante.

—Se nota y lo estás dejando muy en claro. Para mí hay otras cosas más importantes, pero parecería que no te das cuenta o no queres darte cuenta.

—¿De qué estás hablando? Una salida con un problemita y ya te volves loca.

—Si, me vuelvo loca, tal vez deba buscar un camino que me ayude a estar en paz.

Rosario se levantó, tomó su bolso y dejó la pieza. Dejó una nota en la recepción: “suerte con tu documental, no me busques”.


Acto 7

En un estudio de Streaming las luces enfocan a John.

—¿Cómo te propusiste hacer este documental?, John

—La verdad es que se lo debo a Rosario, quien fue mi compañera.

—¿No está más con vos? 

—No, ella decidió buscar algo que le diera mayor paz. Ahora está en un proyecto para ayudar a chicos con problemas psiquiátricos a través del streaming. 

—¡Qué interesante!, pero vamos a hablar de este documental que nos fascinó.

—Buscábamos una historia nueva en los pueblos del interior. Allí suceden cosas que merecen ser contadas. 

—¿Fue todo real o le agregaste algo de esa creatividad que te destaca?

—Sabes que siempre hay algo de ficción para que pueda ser entendido un documental. Puse de mí una cuota creativa que iluminó este maravilloso material. 

—imaginar un camino de plantas como un código de barras y encontrar un mensaje. Es genial. ¿Es real?

—Si, porque cuando recorrí el camino lo imaginé así. 

—¿Vas a volver a buscar nuevas historias en ese pueblo?

—No creo. Cuando ponemos una historia en el canal levantas cierta intranquilidad en el lugar de la historia. Se remueven cosas que no son muy cómodas. Es bueno saber dejarlos en paz. 


Acto 8

Rafael está en su cuarto y llega el Dr. Sigmund.

—Dr. Sigmund no lo sentí entrar. 

—Emilia me pidió que viniera a charlar un rato contigo. ¿Te sientes tranquilo?

—No mucho. Hoy unos intrusos invadieron mi casa. Me asusté.

—Si, eso me han contado. ¿Ahora cómo te sientes?

—Mejor, ya se fueron. Pero tengo miedo de que vuelvan. Eduardo me dijo que la policía me iba a llevar.

—No, no te van a llevar. Ya hablé con ellos. Puedes estar tranquilo.

—¿El señor de la cámara dejó de sangrar? Emilia lo iba a curar.

—Si, los dos están bien. Están en el hotel del pueblo y no regresarán. Emilia es una buena doctora.

—Es buena doctora. 

—¿Lo has visto a Eduardo?, siempre lo suelo encontrar en el living o en el jardín.

—Si lo vi. 

—¿Dónde?

—Ya no está. Lo ayude como a papá. 

—¿A qué te refieres? ¿Puedo encender mi pipa?

—Si. La ventana está abierta.

—¿Dónde viste a Eduardo?

—Lo vi en el acantilado. Hice lo que quería mamá para que pudiéramos estar en paz. 

—y ¿ahora estás en paz?

—No sé, puede ser. ¿Van a volver los extraños?

—No.

—Ah, no quiero extraños. Me dan miedo.

—Dijiste que ayudaste a Eduardo como a Anselmo. ¿Cómo ayudaste a tu papá?

—Hice lo que quería mamá para que atuviéramos en paz. Le preparé el remedio del corazón. Ahora está en paz y nosotros también.

—Y Amalia, también está en paz.

—No se. Amalia nunca está en paz. Ni cuando está dormida en su sillón.

—Hoy no la vi en su sillón.

—Hice una estatua. Como quería Eduardo. Es lo mejor, porque puede ver siempre el jardín. 

—Y ¿Emilia?, estará en la clínica.

—Siempre está en la Clínica.

—¿También está en paz?

—No. Emilia me tiene que cuidar. ¿Van a volver los extraños?


FIN