Autor
Pablo A Bevilacqua - #Paulus - Otoño 2025
Personajes
Anselmo Esposo de Amalia
Amalia Esposa de Anselmo
Emilia Hija de Amalia y Anselmo
Rafael Hijo de Amalia y Anselmo
Eduardo Esposo de Emilia
Dr. Sigmund Psiquiatra de Rafael
John Productor de Contenidos
Rosario Productora de Contenidos y compañera de John.
Alfredo Encargado de Mantenimiento
Acto 1
Hace 40 años Anselmo y Amalia, recién casados, realizaban su viaje de Luna de Miel a un pueblo costero. Unos kilómetros antes del pueblo comienzan a divisarse los paisajes esperados.
—¿Te imaginás poder vivir aquí? —Dice Anselmo tratando de buscar un lugar que lo aleje de su vida pasada.
—Estaríamos lejos de todo, de la familia.
—Cierto —Suelta Anselmo con voz frustrada con el recuerdo de su vida y el pesar de regresar a ella.
—¡Mira! —Amalia señala un camino que lleva a un pequeño bosque y en medio dos torres.
Anselmo frena, retoma y se dirige al camino que lleva a las dos torres. Rodeado de árboles el sendero los conduce a un solar desde donde se ven los acantilados. Detiene el vehículo frente a las dos torres.
—¿Estás seguro de que podemos ingresar? Es muy raro este lugar —Le dice Amalia sin ganas de tomar desvíos a su destino final.
—Siempre soñé con encontrar un lugar así —Dice Anselmo como si estuviera solo en la camioneta, mientras Amalia guarda silencio—. ¡Esta es nuestra salvación!
Amalia no entiende las palabras de Anselmo, pero afirma. Ella mira a su alrededor con el sentimiento de que son observados.
—Estoy cansada de estas aventuras, sigamos al pueblo que nos esperan en el Hotel.
Amalia encontraba ese pueblo insulso, aunque sus visitantes eran parte de su mundo. El Hotel, la playa y las actividades nocturnas cumplían con lo esperado por ella para una luna de miel.
Anselmo cayó en el embrujo de ese lugar. Un lugar en el mundo donde reinaba La Paz y la felicidad.
En una de las cenas que compartían con otros huéspedes conocieron al Dr. Sigmund.
—¿Siempre es tan tranquilo a aquí? —Le pregunta Anselmo a Sigmund.
—Suele serlo.
—Discúlpeme. Soy Anselmo Bricks y Amalia, mi esposa. Estamos en nuestra Luna de Miel —Amalia solo asevera con su cabeza.
—Dr. Sigmund, psiquiatra. Si busca paz, este es el lugar.
—No sé si exactamente estoy buscando paz, pero si un lugar donde podamos formar una familia lejos de la locura. He visto un solar con dos torres antes de llegar aquí.
—Es de mi familia. Estábamos construyendo un hospital, pero finalmente decidimos hacerlo en el pueblo. Parece que aquí hay más locos —Termina el Dr. Sigmund con un humor algo rancio.
La charla siguió esa noche y otras tantas más. Al año siguiente Anselmo Bricks construyó su casa sobre el lote de 10 hectáreas con acceso a los acantilados. Edifico la casa entre las dos torres, algo que la estética y el buen gusto no suele permitirse.
Acto 2
Pasaron los años, los pequeños niños crecieron. Amalia, Eduardo y Emilia están en el living de la casa iluminado por las ventanas que dan al frente y a los jardines del fondo.
—Te dije que debías guardar las armas de Anselmo bajo llave. Pero, como siempre te ocupas de las cosas menos importantes —Amalia, esposa del difunto Anselmo, enojada le reclama a Emilia, su hija—. Esto no hubiera pasado si en lugar de estar con tus libros de medicina y esos muertos de hambre del pueblo estarías atenta a tu hermano. Hasta el borracho de tu marido es capaz de distinguir lo importante.
Amalia jamás pierde su compostura ni se exalta. Posee un cuidadoso control de las emociones. Todo lo mantiene bajo su control salvo a su hijo Rafael.
—Cállate por favor. No hables más. Hiciste lo mismo con papá hasta que no dio más y aceptó que un infarto fuera la mejor forma de suicidarse —Emilia alargaba sus palabras como tartamudeando con un sonido afónico.
—El Dr. Sigmund llamó para comentar que los dos intrusos están bien y que se alojaron en el hotel. No entiendo para qué gastas tu tiempo en ese tipo de gente.
—Soy médica mamá, mi obligación es sanar, no matar.
Emilia comienza a caminar hacia la puerta para irse mientras seguía increpando a Amalia
—Si no hubieras echado a Alfredo la cerradura del armario de armas serviría. En esta casa nada funciona. Nunca aceptaste que Rafael está alienado, es un idiota.
—No sigas Emilia, no puedes hablar así de tu hermano. Siempre lo excluyeron, tu padre y vos nunca le dieron una oportunidad.
—¿Qué oportunidad? Está loco o lo ha vuelto loco el Dr. Sigmund.
—Una madre entrega un hijo a la guerra y retiene a otro para que la cuide.
Emilia comienza a correr y sale de la casa. Saca su Jeep de la cochera y se va hacia el pueblo.
Amalia se deja caer sobre su sillón de un cuerpo.
—Ese sillón, podría decir, que ha copiado la forma de tu cuerpo. Con un poco de yeso podría hacer una estatua tuya.
—Cállate Eduardo. Dedícate a beber que es lo único que haces bien.
Eduardo, esposo de Emilia, va hacia la vitrina toma un vaso y la botella de Whisky. Se pasa un rato tratando de abrirla.
—Ni para eso sirves. No puedes abrir una botella. ¿Acaso sabrías qué hacer si estuvieras sobrio al menos una hora al día?
Eduardo logra abrir la botella y comienza a beber. Toma hasta vaciarla.
—La he podido abrir a pesar de ti. Bebo para no soportarte. Te dejo aquí medio vaso con whisky a ver si eres capaz de ahogar tu maldita amargura, tal vez el whisky te saque una sonrisa. Ja, Ja, Ja
Eduardo se va tambaleando hacia el parque trasero de la casa. Amalia desde el sillón murmura para sí,
—Podrías cruzar los jardines y aprovechar a saltar del acantilado. Tendríamos paz.
Acto 3
Era temprano, el sol ya había salido hace 2 horas. Rosario y John viajan en su camioneta buscando una historia que pudiera salvar su programa del Canal de Streaming. Habían oído de un pueblo donde podrían conseguir varias historias muy singulares.
—¡Mira esa casa! —Le dice Rosario a John señalando con su brazo. John apenas pudo verla, pero fue lo suficiente para frenar y dar la vuelta.
Desde la ruta sale el camino que lleva a la casa. Posee tres plantas con dos torres en esquinas opuestas. El camino rodeado de árboles y plantas no autóctonas que con la luz del sol dan la sensación de haber sido dispuestas como un código de barras.
—Rosario, salvamos el canal, ¡encontramos la historia! —John estaba exultante, lleno de emociones que se reflejaban en sus ojos celestes mientras seguía avanzando con la camioneta hacia la casa.
Llegaron a una explanada frente a la casa y el camino seguía hacia atrás de la casa. Un pórtico que destacaba una única puerta como si fuera un castillo. En el primer piso había ventanales muy grandes como vitrales de una iglesia y el segundo piso sus ventanas eran pequeñas ubicadas en forma caprichosa. El frente y todo el entorno daban una sensación lúgubre.
—¿Estás seguro de que deberíamos estar aquí?, todo es tan raro —Le dice Rosario apretando sus manos contra sus rodillas. Giraba su cabeza de izquierda a derecha buscando algo que la pueda lastimar. Tenía miedo.
—Es raro este lugar pero si no conseguimos algo realmente especial deberemos cerrar el canal —John estaba preocupado, pero temía mucho más perder su canal por el que había dado su vida y sus ahorros.
Detuvieron la camioneta cerca de la entrada. Parecía que no hubiera nadie en el lugar. Solo la ventana superior de la torre del frente estaba abierta y unas cortinas desgarradas flameaban como una bandera.
John baja el bolso del equipo de filmación y prepara la cámara digital, saca también el drone pero lo vuelve a guardar.
—Daré una vuelta alrededor de la casa. Tú fíjate si hay alguien en la casa.
—¡No, John! mejor vayamos primero al pueblo y preguntemos. Este lugar es muy extraño.
John ya se había puesto a caminar para rodear la casa con la cámara encendida. Pronto se perdió tras la casa.
Un golpe sobresalta a Rosario y ve que la ventana de la planta baja más alejada de ella se abre y se cierra.
—¿John?, ¡John vuelve! —Su voz temblaba y no podía mover sus piernas. Comenzó a gritar—
John … John … John
Se escucha un disparo proveniente de detrás de la casa.
—No … ¿John? … por favor, no … no …no —Rosario totalmente paralizada, giraba sobre sí sin saber qué hacer. Su corazón parecía explotar y su garganta se cerraba hasta ahogarla.
—Eres un hijo de Puta. Me has disparado imbécil —Apareció John a los gritos y caminado dando tropiezos con su cámara colgando de una de sus manos y la otra cubriendo su cabeza.
Detrás de John aparece un sujeto con un sombrero de vaquero, camisa con flores, bermudas beige, medias y zapatos de traje sosteniendo un rifle. Apoyaba la culata sobre su hombro y no dejaba de apuntar a John.
—No, por favor, no … no lo mates —Gritaba Rosario cayendo de rodillas llena de lágrimas.
Por el brazo derecho de John cae un hilo de sangre hasta su mano.
—Lo siento ¿Quiénes son ustedes? —Dice el sujeto sin perder su compostura seria y como si la situación fuera algo habitual. Bajó el arma y se detuvo.
Rosario sollozaba tirada en el suelo. Cuando pudo tomar una bocanada de aire corrió hacia John. Comenzó a recorrer el cuerpo de John con sus manos buscando heridas desde donde brotara sangre. Ambos cayeron al suelo sobre sus rodillas abrazados.
Sale por la puerta una mujer mayor, al menos así parecía por su cabello de color tiza y su ropa oscura y antigua, sostenida por un bastón que le permitía avanzar con dificultad.
—¿Qué has hecho Rafael? Te he dicho mil veces que no uses el arma de Anselmo. Dame el arma y ve a buscar a Emilia. Que traiga el botiquín.
Esperó sin moverse en el pórtico. Emilia llega por el camino de atrás de la casa con un maletín en la mano y secando el sudor de su frente con la otra.
—¡Amalia! Vuelve a la casa que yo me encargo. Lleva a su cuarto a Rafael, está asustado. Ya llamé al Dr. Sigmund, vendrá cuando se desocupe en la clínica.
Acto 4
Emilia se detuvo delante de la puerta pesada de ingresó a la casa. El pórtico solo se iluminaba con la luz de la luna llena que pegaba en su espalda. No había luces que se pudieran ver por las ventanas, ni ninguna alrededor de la casa. Giró el picaporte dificultosamente falto de mantenimiento y abrió la puerta con esfuerzo.
Estiró su mano derecha buscando el interruptor de la luz. Presionó y no se enciendó ninguna luz.
—Maldición, nada funciona —Murmuró entre dientes.
Hacia dentro del living apenas se podía ver la silueta de algunos muebles con el reflejo de la luna. Se escuchó un golpe desde el interior de la casa.
—¿Amalia?, ¿sos vos? —Nadie respondió y volvió a sentirse un segundo golpe. Emilia cerró la puerta y se fue.
Acto 5
Amalia yace en su sillón preferido del living. Toda la casa está oscura y los cortinados recogidos de las ventanas permiten una tenue iluminación por la luz de la luna llena.
Una botella de whisky vacía y un vaso medio lleno sobre la mesita al costado del sillón, que dejó Eduardo esa tarde antes de salir hacia los jardines de atrás de la casa.
Amalia apenas recuerda haber oído los pasos tambaleantes de Eduardo y el golpe de la puerta al salir. Sin ganas de despertar, agotada por la discusión de la mañana con Emilia siguió sumergida en un sueño profundo.
Un chirrido la forzó a abrir sus ojos. Vio una silueta en la puerta iluminada por una luz opaca que surgía detrás de ella. Creyó escuchar su nombre y al moverse para acomodarse tiró accidentalmente su bastón. Convencida que seguía soñando volvió a cerrar sus ojos.
Acto 6
El hotel del pueblo no tiene muchas pretensiones, aunque en un pasado distante lo supo tener. Era un lugar de veraneo muy visitado por la clase alta. Pero hoy, ofrece una pieza limpia y una cama cómoda.
John y Rosario están tirados sobre la cama de la pieza del hotel. Las miradas perdidas viendo el cielo raso en un silencio que duele. Rosario aún sigue temblando.
—¡Ganamos la grande!
—¿Qué grande John? ¿Qué ganamos? Casi te matan —Rosario con una voz angustiada y sin poder comprender la frialdad de John.
—Rosario, no pasó nada. Solo un rasguño en el brazo. El idiota tenía una puntería de porquería.
—Se llama Rafael el idiota. Tiene problemas y nosotros lo provocamos. Te dije que primero debíamos venir al pueblo. Nunca escuchas.
—A vos no te importa como a mí esta profesión. Para mí es todo, no hay nada más importante.
—Se nota y lo estás dejando muy en claro. Para mí hay otras cosas más importantes, pero parecería que no te das cuenta o no queres darte cuenta.
—¿De qué estás hablando? Una salida con un problemita y ya te volves loca.
—Si, me vuelvo loca, tal vez deba buscar un camino que me ayude a estar en paz.
Rosario se levantó, tomó su bolso y dejó la pieza. Dejó una nota en la recepción: “suerte con tu documental, no me busques”.
Acto 7
En un estudio de Streaming las luces enfocan a John.
—¿Cómo te propusiste hacer este documental?, John
—La verdad es que se lo debo a Rosario, quien fue mi compañera.
—¿No está más con vos?
—No, ella decidió buscar algo que le diera mayor paz. Ahora está en un proyecto para ayudar a chicos con problemas psiquiátricos a través del streaming.
—¡Qué interesante!, pero vamos a hablar de este documental que nos fascinó.
—Buscábamos una historia nueva en los pueblos del interior. Allí suceden cosas que merecen ser contadas.
—¿Fue todo real o le agregaste algo de esa creatividad que te destaca?
—Sabes que siempre hay algo de ficción para que pueda ser entendido un documental. Puse de mí una cuota creativa que iluminó este maravilloso material.
—imaginar un camino de plantas como un código de barras y encontrar un mensaje. Es genial. ¿Es real?
—Si, porque cuando recorrí el camino lo imaginé así.
—¿Vas a volver a buscar nuevas historias en ese pueblo?
—No creo. Cuando ponemos una historia en el canal levantas cierta intranquilidad en el lugar de la historia. Se remueven cosas que no son muy cómodas. Es bueno saber dejarlos en paz.
Acto 8
Rafael está en su cuarto y llega el Dr. Sigmund.
—Dr. Sigmund no lo sentí entrar.
—Emilia me pidió que viniera a charlar un rato contigo. ¿Te sientes tranquilo?
—No mucho. Hoy unos intrusos invadieron mi casa. Me asusté.
—Si, eso me han contado. ¿Ahora cómo te sientes?
—Mejor, ya se fueron. Pero tengo miedo de que vuelvan. Eduardo me dijo que la policía me iba a llevar.
—No, no te van a llevar. Ya hablé con ellos. Puedes estar tranquilo.
—¿El señor de la cámara dejó de sangrar? Emilia lo iba a curar.
—Si, los dos están bien. Están en el hotel del pueblo y no regresarán. Emilia es una buena doctora.
—Es buena doctora.
—¿Lo has visto a Eduardo?, siempre lo suelo encontrar en el living o en el jardín.
—Si lo vi.
—¿Dónde?
—Ya no está. Lo ayude como a papá.
—¿A qué te refieres? ¿Puedo encender mi pipa?
—Si. La ventana está abierta.
—¿Dónde viste a Eduardo?
—Lo vi en el acantilado. Hice lo que quería mamá para que pudiéramos estar en paz.
—y ¿ahora estás en paz?
—No sé, puede ser. ¿Van a volver los extraños?
—No.
—Ah, no quiero extraños. Me dan miedo.
—Dijiste que ayudaste a Eduardo como a Anselmo. ¿Cómo ayudaste a tu papá?
—Hice lo que quería mamá para que atuviéramos en paz. Le preparé el remedio del corazón. Ahora está en paz y nosotros también.
—Y Amalia, también está en paz.
—No se. Amalia nunca está en paz. Ni cuando está dormida en su sillón.
—Hoy no la vi en su sillón.
—Hice una estatua. Como quería Eduardo. Es lo mejor, porque puede ver siempre el jardín.
—Y ¿Emilia?, estará en la clínica.
—Siempre está en la Clínica.
—¿También está en paz?
—No. Emilia me tiene que cuidar. ¿Van a volver los extraños?
FIN